miércoles, 1 de diciembre de 2021
LAS HERMOSAS PALABRAS DE HOMERO A LISA
lunes, 22 de noviembre de 2021
Anciana guarda dinero para su jubilación, pero sus ahorros se agotan al cumplir 102 años - Gran Historia
Una mujer ahorró toda su vida para asegurarse de tener lo
suficiente para vivir bien en su vejez, pero no había imaginado que viviría
hasta los 102 años, y el dinero ahorrado ya se había acabado.
El mayor temor de Carlota
Díaz siempre había sido sobrevivir a su esposo, y eso sucedió cuando solo tenía
71 años. Orlando había sido un gran hombre con una risa fuerte y una palabra
amable para todos, pero falleció a los 78.
Una terrible enfermedad que
ella no podía pronunciar había afectado sus tejidos, y un día, la mujer lo
encontró muerto. Había fallecido sentado en su silla en el porche.
Ella se sentó y lloró porque
estaba sola. Y estaría sola por mucho más tiempo de lo que jamás había
imaginado.
Si había algo con lo que
Orlando y Carlota siempre habían tenido cuidado, era el dinero. Se casaron
jóvenes y él se había enlistado en el ejército.
Ella había comenzado a
trabajar en una fábrica de uniformes. Tiempo después, la fábrica comenzó
a confeccionar camisas elegantes para hombres de negocios.
La mujer había sido una buena
costurera, la mejor que tenían, así que le pidieron que se quedara. A Orlando
al principio no le gustaba que trabajara, pero ella lo convenció. Incluso
cuando su hijo, el pequeño Orlandito, nació en el 48, ella siguió trabajando.
Cada cheque de pago que
llegaba de la fábrica iba a una cuenta bancaria especial. “Esto de aquí”, le
dijo Carlota a su esposo, “es para el futuro del pequeño Orlando”.
Además de su trabajo en el
ejército, el hombre también comenzó a trabajar en otras cosas. Llevaba las
cuentas de la tienda de herramientas y troqueles.
También de la farmacia y casi todas las pequeñas empresas de la ciudad. La pareja estaba ahorrando e incluso estaba hablando de comprar un auto nuevo.
Orlandito ya no era tan
pequeño, así que obtuvo su licencia de conducir. Siguió presionando a su padre
para que fuera a ese elegante puesto de autos todos los días, pero todo terminó
cuando su hijo se enlistó en el ejército.
Después de eso, Carlota nunca
volvió a ver a su hijo. Le enviaron una caja de metal dos años después y
dijeron que Orlandito estaba adentro.
La madre no sentía que
aquello fuera real. No decía nada. Orlando lloró mucho cuando pensó que su
esposa no podía escuchar. Ella nunca derramó una lágrima.
Simplemente siguió con su
vida, yendo a la fábrica, haciendo funcionar la máquina, cortando el hilo. Esas
eran cosas que ella entendía, cosas que tenían orden y razón, no ver a los
chicos regresar a casa en cajas de acero.
Durante mucho tiempo, Carlota
se encerró en sí misma, ni siquiera hablaba con Orlando. Entonces, un día, vino
su vecina Dalia. “Carlota”, dijo. “Necesito un favor tuyo y es muy grande”.
Carlota vio que sostenía la
mano de un niño de unos tres años, de cabello negro y ojos verdes, que se
llamaba igual que su padre. Dalia estrechaba la mano del pequeño, pero él no se
movía. “¿Lo cuidarías por mí? Sólo por unos días”.
La mujer no pudo decir que
no. “Sí”, dijo brevemente. “Trae sus cosas, pero dile que no aguanto malcriadeces”.
Pero el nieto de Dalia no se comportó mal. Ni siquiera hablaba. Él simplemente
se quedaba quieto.
Cuando Carlota pensaba que
era hora de que él comiera, comía, cuando era hora de ir al baño, lo hacía,
cuando era hora de acostarse, dormía. Y nunca dijo una palabra. Su silencio
irritaba a la mujer, por lo que ella comenzó a tararearle.
Parecía que eso le gustaba e
incluso empezó a tararear. Era un niño dulce, pero se veía terrible. Carlota
notó que su ropa estaba gastada.
Luego recordó que tenía una
caja de cosas viejas de Orlandito cuando era pequeño y le pidió a su esposo que
la trajera del ático. Mientras el pequeño se probaba el pijama de Orlandito, la
mujer notó que estaba llorando.
El pequeño Tomás extendió los
dedos y le tocó la mejilla. Luego la abrazó y lloró también. Nunca llegó a ser
muy conversador, pero él y Carlota se convirtieron en compañeros en silencio,
incluso después de que Dalia regresara. Para entonces los pocos días se habían
convertido en seis meses.
Esos años pasaron muy rápido.
Al poco tiempo, Orlando se había jubilado y andaba por la casa quejándose de
todo. Sin embargo, hubo algunos años buenos antes de que se enfermara.
“Escucha, no voy a durar
mucho, así que tienes que cuidarte”, le dijo a su esposa en una ocasión.
Él había descubierto que, con la pensión de Carlota complementada con sus
ahorros, ella viviría cómodamente. “¡Puedes vivir hasta los 90 y todavía
estarás bien!”.
Pero Orlando no contaba con
que Carlota viviría más allá de los 90, y mucho menos más allá de los 100 años.
La mujer había pasado los 90 con buen estado de salud. Ahora tenía 102 años y
el dinero ahorrado se había acabado.
Las facturas seguían
llegando, tan regulares como un reloj, y ella no sabía qué hacer. No quedaba
nadie a quien acudir. Todos los amigos y enemigos habían muerto. Carlota era la
mujer más vieja de la ciudad y no tenía familia.
El gobierno envió una carta
diciendo que debía impuestos de su casa, pero ella ni siquiera tenía dinero
para el agua y la luz, y mucho menos impuestos. Carlota entonces habló con el
Sr. González, quien le había estado entregando comestibles durante años.
“Señor González, será mejor que
no me traiga más mi pedido semanal”, dijo.
Él dejó las compras en la
mesa de la cocina de la mujer y se quedó mirando. “¿Por qué no, señora? ¿Ahora
hace sus pedidos con otro supermercado?”.
“No, señor”, dijo la mujer.
“Pero no pido cosas que después no podré pagar”.
“Pero... ¿Cómo va a.…?”, el
señor González vio el rostro decidido de Carlota y se rindió. Tenía una idea
propia y la iba a hacer bien.
Tres días después, la mujer
se puso su mejor sombrero y fue al banco. Sacó sus últimos dólares y fue a saldar
sus cuentas lo mejor que pudo.
Cuando fue a pagar la
electricidad, la cajera miró su factura de luz, luego la computadora y dijo:
“Debe haber un error, señora, esto está totalmente pagado”.
“Pero...”, dijo Carlota.
“¡Pero yo no lo pagué!”.
En la empresa de agua pasó lo
mismo. “Señora, su cuenta está saldada”, le dijo el hombre a Carlota. Aún más
sorprendente para ella fue cuando se enteró de que los impuestos también se
habían pagado.
“¡Eso no es posible!”, lloró
la anciana. “¡Quiero saber quién pagó!”.
“Fue su nieto”, dijo el
hombre. Un señor T. Carrillo. ¿Creo que trabaja para el Estado? Es ingeniero.
“¡No TENGO nietos, joven!”, Carlota lloró. “¡Mi único hijo murió en 1969!”.
La mujer fue directamente al
Ayuntamiento y exigió hablar con el Sr. T. Carrillo. Después de mucho correr de
un lado a otro y molestarse, apareció un hombre alto de unos 50 años con
cabello blanco.
Carlota lo miró fijamente.
Tenía rasgos suaves y largos ojos verdes, y sonrió cuando la vio.
“¿Quién eres tú?”, preguntó
la anciana. “¿Y por qué estás pagando mis facturas?”. El hombre no respondió,
en cambio, comenzó a tararear una canción de las que ella tarareaba a aquel
niño que había cuidado hace muchos años.
Entonces ella se dio cuenta
de quién era el hombre. ¡Era el nieto pequeño de Dalia, ahora todo un adulto!
Tomás dio un paso adelante y
la abrazó. “Está bien, Carlota, el Sr. González me lo contó todo”, dijo. “No
estás sola y voy a ayudarte como tú me ayudaste a mí”. Y ella le devolvió el
abrazo.
A él nunca le había gustado
mucho hablar, ¡pero siempre decía las palabras adecuadas! Cuando la gente se
enteró de que la mujer más vieja de la ciudad no tenía dinero para pagar sus
facturas, abrieron una página de GoFundMe.
Gracias a esto, la cuenta de
ahorros vacía de Carlota se llenó rápidamente de nuevo. Ella se convirtió en
toda una celebridad. ¡Ha estado compartiendo con Tomás y sus nietos y espera
celebrar su cumpleaños número 103 sin preocupaciones!
¿Qué podemos aprender de esta historia?
Un acto de bondad nunca se olvida. La amabilidad de Carlota con un pequeño huérfano de guerra
fue recordada 50 años después y le brindó la seguridad que pensó que había
perdido.
Las personas mayores son la memoria de nuestra comunidad y
necesitan ser protegidas. Carlota
estaba cada vez más sola, y solo la ayuda de su comunidad la salvó.
❤️AMA
👵🏻Ella dijo: "No llames al médico, quiero dormir tranquila, con tu mano en la mía."
👴🏻Él le habló sobre el pasado, cómo se conocieron, su primer beso.
🤗No lloraron, sonrieron. No se arrepintieron de nada, fueron agradecidos. Entonces ella repitió suavemente, "Te amo para siempre" y él le devolvió sus palabras, le dio un beso suave en la frente. Ella cerró los ojos y se durmió en paz con la mano en la suya.
❤️El #amor es lo más importante porque llegamos a este mundo sin nada más que amor y nos vamos sin nada más que amor.
🙏🏻Profesión, carrera, cuenta bancaria... nuestros bienes son sólo herramientas, nada más. Todo se queda aquí.
💞Ama, como si no hubiera nada más importante en tu vida.